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Channel: Economia Digital Daguerrotipo, por Josep Maria Cortés
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Silvio Elías juega al palé con las casas de Pedralbes

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Pedralbes es un laberinto micénico. Sus primeros moradores, los Folch-Rusiñol, Vergès, Echevarría Puig, Sentís, Daurella, Godia, Andreu o Ferrer-Salat tuvieron la ciudad al sur de sus párpados. Oteaban el horizonte mediterráneo y algunos dejaban a sus niños en el Betania Patmos, aquel cole con sabor a hierba mojada y celofán en cuya puerta el chofer de Salvador Andreu aparcaba el Rolls Royce del famoso farmacéutico. La colonización de Pedralbes se ha hecho a base de oleajes. El empresario Silvio Elías pertenece a una de estas olas, concretamente a la novísima, ubicada en palacetes como los de Urdangarin-Borbón o el joven Neymar y el suyo propio, fruto de la unión de dos viviendas unifamiliares.

Pero la reluciente torre de Elías le tapa la vista a José Ricardo Gómez, el emprendedor que inventó los sobres de azúcar con cucharilla dentro. Y este segundo lo ha denunciado a la Fiscalía tratando de precintar las obras de su vecino. Gómez asegura que Elías no cumple las normas del Plan General Metropolitano. Debe ser consciente de que semejante abracadabra no le devolverá la panorámica.

El rizoma que contempla la ciudad se empina a la partir de la Avenida Pearson, a la altura del IESE; se adentra en la calle Panamá y serpentea en Joan d’Alós, la acera de Elías. No es la primera vez que Pedralbes bulle por dentro y saca sus disputas a la luz de los tribunales. Cuando se ultimaban los cinturones urbanos del 92, Salvador Pániker luchó denodadamente para conservar íntegro su jardín antes de convertirse en pasto de las retroexcavadoras. El ingeniero y filósofo cuenta en sus memorias, en medio de una indolencia poética digna del Bhagavad Gita, que gozó del favor del mismísimo Pasqual Maragall. El mecenas Albert Folch-Rusiñol tuvo que vérselas con permisos imposibles para albergar su imponente colección de arte primitivo amasada en África junto a Eudald Serra y August Panyella. Por no hablar del Conventet, la polémica propiedad horizontal de los Godia, metida en un claustro de Santa Clara.

Elías (junto a los Carbó y los Botet) se vendió Caprabo a la Eroski de Mondragón y pasó a presidir empresas como Véritas, Duet Sports & Spa y World Tour Platforms. Es miembro del consejo asesor de Ernst & Young España y perteneció al Coca-Cola European Research Group. Ahora, Elías dedica buena parte de su tiempo a la inversión inmobiliaria. Practica el vicio solitario de los family office catalanes, festoneados por gentilicios que jugaron a ser industriales, pero que han acabado vaciando los jamones de su despensa.

Los ex de Caprabo, agrupados en la patrimonial Caboel, dieron el golpe al invertir en la sede de Cespa, fiial de Ferrovial. Fue una de las capturas sale and lease back en las que el vendedor monetiza su activo y el comprador se asegura un rendimiento calculado de antemano. Junto a la cadena Room Mate, los ex Caprabo, con Elías al frente, se han estrenado también en el sector hotelero, aunque su especialidad es el mercado de oficinas y locales comerciales. Su avance va en paralelo al de otras fortunas familiares que han protagonizado operaciones de postín, como los Reyzábal (Windsor) compradores de la sede de Uralita, la antigua joya de los March, o los Andik (Mango) cazadores de un edificio del Banc Sabadell en Paseo de Gracia. Y pronto será el caso de Javier Faus, vicepresidente segundo y responsable del área económica del Barça, que se ha unido al fondo londinense Patron con la intención de colocar unos mil millones de euros en piedra.

El dinero ha vuelto
. El fútbol fue un negocio hermano del textil, de la química y del tocho. Hoy lo es de la inversión. Y lo sabe bien Silvio Elías, otro directivo del Barça preso en la Junta de Josep María Bartomeu, el amigo de Sandro, un ex presidente bluf que se hizo mantequilla el día que un juez le preguntó por sus tejemanejes en el Brasileirao.

Elías ve desde su casa la visera del palco del Estadi. Las disputas por los lindes, las alturas y las aguas freáticas son moneda corriente en un entorno de vanidad y celos. Pedralbes es también el distrito del asesino que ilustró en el cine Gonzalo Herralde y que se pateó pijoaparte, el personaje de Marsé en Últimas tardes con Teresa. Al parecer, la catatonia de los mercados al contado no contamina al barrio alto. Sus gentes viven y se despellejan como los magos de Petrarca durante el año de la peste bubónica. Recompran y venden con pasión. Mientras el mundo sucumbe, ellos juegan al palé.

Carmen Balcells: la gran dama de las letras

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La agente literaria Carmen Balcells comunicó el pasado martes por carta a su escudería que se ha unido al norteamericano Andrew Wylie, el Chacal, para crear la agencia Balcells & Wylie. La nueva agencia contará con los escritores de las dos lenguas más poderosas del planeta: el castellano y el inglés. Desde Vargas Llosa hasta Cercas, desde Roth o Kundera hasta Bolaño, todos pertenecen ya al mismo equipo. La operación tiene connotaciones económicas incalculables (¿cuánto vale la obra de Borges?), pero su poder de fascinación no es menor.

José Donoso abrió la historia del boom y Xavi Ayén la ha cerrado. En el centro de la rueda figura Carmen Balcells, la dama de las letras que convirtió a Barcelona en la capital mundial de la literatura en lengua castellana. Ella les abrió las puertas de la casa mexicana de García Márquez a Xavi Ayén y al fotógrafo Kim Manresa. Fue entonces cuando el padre del escritor colombiano (Gabriel Eligio, el aventurero progenitor) reveló aquello de “Mi hijo Gabito ha sido siempre un mentiroso. En toda su vida, no ha hecho otra cosa que contar mentiras”. Así lo recoge el libro titulado Aquellos años del boom de Xavi Ayén (publicado por RBA), la enciclopedia definitiva sobre un grupo de amigos que cambió la literatura para siempre.

García Márquez fue una reverberación excesiva. Cien años de soledad (30 millones de ejemplares) atraviesa fronteras y reduce a la nada las costuras del tiempo. Todos han tenido que ver con el gran libro. El primero, Carlos Barral que presumió, falsario, de haber rechazado su manuscrito, o su esposa, Yvon Hortet, ex socia de la Balcells; y también Gabriel Ferrater que conoció en la Feria de Frankfurt de 1966 (año de la presentación de Cien años) a la que fue su esposa, Jill Jarrell, hija de un agregado militar de la embajada norteamericana en Madrid.

La Balcells ha trabajado incansablemente al servicio de los mejores. Uno de ellos, el mexicano Carlos Fuentes, la mejor prosa después de Rulfo, nacido en Panamá e hijo de diplomático, era jugador de dominó, émulo doméstico de Jorge Negrete y solemne en su evocación casera de Traviata (cantaba a grito pelado libiamo, libiamo ne’lieti calici/che la belleza in fiora). Fuentes hizo de puente entre García Márquez y Donoso en 1965, en un congreso celebrado en Chichen Itzá. Colocó Coronación en la Knopf de Nueva York; internacionalizó a Donoso, antes de que Balcells le diera de comer en Barcelona.

Balcells dio sus primeros pasos junto al poeta Jaume Ferran, un puente para alcanzar a los Castellet, Barral o Gil de Biedma. Fundó su agencia en París y comenzó con los derechos de traducciones. El primer autor de su escudería fue Luis Goytisolo, el autor de Recuento, la tetralogía diseñada sobre el muro de una celda de la prisión Modelo en su etapa de preso político. Fueron los años del nacimiento de los mejores sellos, los Anagrama, Kairós, Tusquets o Lumen, un tiempo en que los “negros editoriales y los colaboradores eran mayoritariamente latinoamericanos”, ha escrito Cristina Peri Rossi.

Fue la época de la boya, Barcelona, isla de libertad a la que no alcanzaba la Dictadura y “una de las ciudades más vivas de Europa”, según el mexicano Sergio Pitol. El momento estelar de Beatriz de Moura, “la editora de ojos grandes y oscuros, tocada a menudo con enormes sombreros, como la Negrita Batanga”, como escribió Ana Maria Moix.

Cuando Vargas Llosa empezó su primer periplo español de la mano de Balcells era un hombre de mirada lánguida. Pero casi medio siglo después, en 2014, es la misma reencarnación del mito fáustico. Rejuvenece a base de cumplir años. Se ha subido a los escenarios para ser actor en una versión de Odisea y Penélope y ha formado pareja con Aitana Sánchez-Gijón en sus Mil y una noches, una aproximación personal a Sherezade.

Se apartó de la política a tiempo. Ha confesado en alguna ocasión que, cuando compitió por la presidencia de Perú con Alberto Fujimori (actualmente encarcelado), descubrió la cara amarga de la conspiración. El premio Nobel es un trotamundos de las letras como demuestran El paraíso en la otra esquina o Travesuras de la niña mala. Tiene casa en Londres, París y Nueva York. Ha vivido colgado en aviones; su hijo Gonzalo lo expresa así: “los Vargas Llosa tenemos el síndrome del barco”. La diáspora latina provocada por Videla, Pinochet o Stroessner depositó en nuestras playas lo mejor de la nueva América. Perseguido por los Escuadrones de la Muerte, Eduardo Galeano, uno de los grandes, vivió varios años en Calella de la Costa. Allí escribió su gran trilogía: Memoria del fuego.

Balcells ha recorrido el mismo medio siglo que ha reinventado la eterna juventud de Vargas Llosa. Al unirse con Andrew Wylie no efectúa una simple suma por acumulación. Los dos agentes más respetados del planeta quieren cambiar el mundo de la edición y preparan sus mochilas para el asalto digital. Han dejado de ser refractarios a todo lo que no sea tinta y papel.

La globalidad señoreada por multinacionales como Amazon o el Grupo Bertelsmann es ahora su objetivo. Revolucionarán el mercado de los derechos de autor, la auténtica seguridad jurídica de la ficción y el ensayo. Quieren ser, esta vez juntos, la última barricada de la privacidad creativa.

Jaime Alfonsín: la mano derecha de Felipe VI

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Es un tirabuzón semiótico. Ha laminado a su entorno antes de ocupar la escena. Se ha cargado a García Revenga, ha soslayado al diplomático Alberto Aza y ha puesto coto a las amplias relaciones de Javier Ayuso. Es Jaime Alfonsín, un letrado formado en el bufete Uría-Menéndez y nuevo hombre fuerte de Zarzuela. Alfonsín es hoy la mano derecha de Felipe y todo parece indicar que, a partir del próximo día 19, será el secretario general de la Casa del Rey.

Felipe quiere ser la bóveda del desafío secesionista catalán, un conflicto del que Alfonsín tiene algunas de las claves. El secretario del príncipe trabaja con el general Emilio Tomé, profesor de Felipe en temas de geoestrategia, como lo ha sido la catedrática Carmen Iglesias en historia y humanidades, dos materias que canalizan la educación sentimental del heredero. Iglesias le implantó a Felipe el gen de la división de poderes; le hizo leer Cartas Persas y El espíritu de las leyes, el cráter doctrinal de Montesquieu. Hace pocos días, en su última cohabitación, Rey y príncipe, increparon al mito de la unidad indivisible de España y cantaron La muerte no es el final en honor de los caídos. La imagen de San Lorenzo del Escorial nos ha devuelto una Corona fuerte que se aleja por momentos de la distancia elegante de Juan Carlos I, el Borbón campechano, como lo fue su abuelo Alfonso XIII, evocado en este conocido romance popular: “de los árboles frutales me gusta el melocotón/ y de los reyes de España, Alfonsito de Borbón”.

En el monasterio navarro de Leire, Felipe habló el pasado martes de una España milenaria que “hunde sus raíces en un pasado común”. Dentro de poco, después de su entronización, le aguarda Covadonga. La parroquia de Cangas de Onís ya se engalana para recibir a Leonor, la hija mayor de Felipe, que pronto será princesa de Asturias. En cualquier caso, lo primero es la coronación en las Cortes generales, donde CiU acude en tiempo de descuento. Los analistas se muestran especialmente sorprendidos ante la misantropía de Duran Lleida, número dos de la federación nacionalista, en esta cuestión. Duran es un defensor acérrimo del equilibrio institucional, como queda claro en su libro Entre una España y la otra, propio de un político sofisticado. Pero, por lo visto, al democratacristiano catalán por antonomasia la doctrina ya no le sirve de guía. Duran ha sido tragado por el entorno soberanista, que deglute (como la revolución) a sus mejores hijos. El bucle del esencialismo nacional-republicano se apodera de las corporaciones municipales. Girona rechaza su principado y Balaguer se desmarca del título de Señora que le corresponderá a la infanta Leonor.

La sonada abstención de CiU representa una ruptura inopinada para Jaime Alfonsín. ¿Qué diría ahora Sabino Fernández Campo, el sabio silencioso que tuvo a su lado Juan Carlos I? Si estuviera con nosotros, Sabino diría que el Rey tiene potestad constitucional para intervenir en Catalunya. Pero no lo hará, como tampoco lo hizo su padre en la Euskadi del Pacto de Lizarra.

Abogado del Estado de profesión, Alfonsín conoce los entresijos de la Corona gracias a su colaboración con el diplomático Enrique Pastor, el hombre que se convirtió en la sombra de Felipe en la Universidad norteamericana de Georgetown, donde el príncipe compartió piso con su primo, Pablo de Grecia. Pastor condujo al príncipe por la vía civil mientras que, de su carrera militar, se encargó Ignacio Inza. Pastor e Inza fueron producto del equilibro alcanzado en Zarzuela entre Fernando Almansa y Rafael Spottorno, después de la retirada de Sabino Fernández Campo. Por su parte, Jaime Alfonsín encarna ahora el último servicio de la misma dupla Almansa-Spottorno.

Alfonsín acabará siendo implacable. No se olvida de que, tras conocerse la imputación de García Revenga, asesor de las infantas y ex tesorero del Instituto Noos, la casa real cerró filas para taponar la vía de agua. Alfonsín no comparte la política del avestruz aplicada a menudo en la Casa del Rey. Entró a formar parte del entramado de Zarzuela en 1995 y su trabajo no tiene nada que ver con la etapa de educación de Felipe. Es un consejero de cara descubierta y opinión independiente. Impondrá criterios y dictará normas, libre de ataduras. En su mano derecha lleva el mejor manual de comunicación, mientras que la izquierda obedece a Emilio Tomé, antiguo profesor del príncipe en la Proa, la Academia Militar de Zaragoza.

Hacia fuera, Alfonsín será inequívoco. Hacia adentro, cuenta ya con el apoyo de José Zulueta, duque de Abrantes y marqués del Duero. Zulueta sujetará a Leticia porque, en materia de coronas, un gesto ahorra (esta vez sí) muchísimas palabras. En la época de Thomas Moro, un besamanos de Catalina de Aragón podía desencadenar una guerra europea. Ahora no llegamos a tanto, pero es bien cierto que la falta de identificación con la Corona de una parte de la ciudadanía española podría ir a más, si se producen escándalos en el entorno de Felipe de Borbón. Para evitarlo, Alfonsín ya levanta barricadas invisibles.

Albert Batlle: desactivar el polvorín

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La calle ha vuelto, aunque sus acólitos no lleven la cabellera enjaezada de los viejos pacifistas. La calle de hoy, pasto del mismo cocktail molotov que consolidó la protesta altermundista, es mucho más dura. Está hecha de granito. El espacio público de nuestras ciudades desterró el adoquín para llenarse de mobiliario urbano. Las tribus que lo colonizan esconden bajo un pañuelo el rictus severo de quien tiene una misión; una misión más iracunda que redentora; más levantisca que contracultural.

La calle es el ágora de la revuelta. Sus actuales protagonistas han sustituido el verbo por el gesto. Han diluido la palabra en la acción directa, como lo pregonó Stéphane Hessel en Indignaos, el último epitafio del espontaneismo político. Silenciar la calle es un imposible metafísico, pero es justamente lo que le ha pedido el consejero Germà Gordó al nuevo director de los Mossos d’Esquadra, Albert Batlle, un ex secretario general de Instituciones Penitenciarias en la etapa del tripartito, que se fogueó en la cosa pública como concejal del ayuntamiento de Barcelona.

 
En la calle alborotada anida el rencor: a Batlle le esperan momentos difíciles, le han escogido para desactivar el polvorín

Batlle sale de dar un mal paso como número dos de la Oficina Antifraude (OAC), donde no disponía de poder ejecutivo por sus desavenencias con el director de este organismo, Daniel de Alfonso. Al frente de la policía, Batlle sustituye a Manuel Prat, un hombre cuya imagen pública se deterioró con el caso Esther Quintana, la manifestante que perdió un ojo a causa de las balas de goma de los Mossos.

Prat prometió que, si se demostraba el grave error policial, él dimitiría. Y Prat se ha ido. Pero, de momento, el juez instructor del caso sólo ha imputado a varios Mossos. Es el método de la responsabilidad en cascada sobre la base de la pirámide; un modus operandi según el cual la culpa recae sobre los de abajo, tal como ocurre con los costes unitarios de la crisis económica.

El nuevo jefe de la seguridad asume el mando en un escenario complejo. La retina de la memoria mantiene vivo el desalojo de la casa okupa Can Vies y de las noches de disturbios y fuego en el barrio de Sants. El dispositivo policial ha levantado todo tipo de críticas. Junto a la más absoluta negación de la violencia, algunas opiniones vertidas por diputados de distintas fuerzas del Parlament coinciden en que “no es necesario que Catalunya tenga la policía más represiva del Estado”. No necesitamos conversos en materia de autoridad policial.

El cambio sociológico de los indignados de hoy no se combate sólo con métodos expeditivos ni alarmando a la población sobre la internacional anarquista de la que habla el ministerio del Interior. El momento actual exige atemperar (no encrespar) el monopolio de la violencia. Exige, entre otras cosas, reconocer errores como lo hizo Batlle desde su puesto en prisiones cuando, en 2004, vivió el motín de Quatre Camins, el penal de la Roca del Vallès.

Durante el juicio que se celebró contra los funcionarios de la prisión acusados de agresiones por los presos amotinados, Batlle admitió, en calidad de testigo, que se había roto la cadena de mando. Declaró también que se habían producido "conductas impropias de los cuerpos de seguridad”. Desde la secretaría de Instituciones Penitenciarias, alentó infraestructuras, profesionalizó los recursos humanos de la ejecución penal y trató de instalar una justicia juvenil adaptada a la participación social.

Al poder se le mide por su eficiencia en materia de seguridad. Y, aunque no sea lo más urgente, la imagen de la calle es lo más latente. Especialmente cuando la revuelta ha perdido su antiguo glamour para ganar ferocidad. Se ha proletarizado; es masiva y su fuerza ya no puede diluirse sólo a base de porrazos. Los violentos de Sants no son jóvenes engagé de la clase media. Si ocupan viviendas deshabitadas no es únicamente para difundir el flower power de otro tiempo. Muchos de ellos carecen de techo y se vinculan a sus entornos para legitimar su acción directa.

 
El movimiento okupa tiene el toque vecinal de los antiguos centros cívicos, pero está muy lejos del Berlín creativo de Kreuzbzer

El movimiento okupa tiene el toque vecinal de los antiguos centros cívicos, pero está muy lejos del Berlín creativo del barrio de Kreuzbzer, heredero intelectual del falansterio. Considera enemigos de clase a los animosos inquilinos de edificios singulares de distintas ciudades europeas que han tratado de remedar a la Bauhause de Walter Gropius. Los activistas de ahora se lamentan antes de inventar. Se sienten desamparados por un régimen oligárquico que restringe sus becas escolares y despoja a sus empleadores de la mínima capacidad para ofrecerles un puesto de trabajo.

En la calle alborotada anida el rencor. Detener sus efectos sin conocer sus causas puede resultar devastador. El palo sin zanahoria es un mal remedio. La represión selectiva de los que vulneran el código penal en nombre de los derechos sociales conquistados es un oficio muy fino; una destreza en la que no valen las leyes calamitosas del ministro Gallardón en su intento por domesticar al pequeño Thomas Hobbes que late en cada ciudadano. A Batlle le esperan momentos difíciles. Le han escogido para desactivar el polvorín.

Miquel Iceta: el Fouché catalán

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Hace dos años, el PSC marró. Se metió en la pendiente de Pere Navarro. Ahora sale del bache con una sobredosis de la misma gangrena interior que le ha derrumbado en las urnas. Se coge al clavo ardiente de Miquel Iceta, el Fouché catalán, aquel genio tenebroso que desempeñó un papel importante en la Revolución, en el imperio napoleónico y también en la restauración monárquica. Fouché se caía siempre de pie y Miquel Iceta no le va a la zaga.

El pasado domingo, Iceta se subió sin esfuerzo a lomos del poder socialista. En menos de 24 horas, se hizo fotografiar junto al alcalde de Lleida, Àngel Ros, y junto a Isidre Fainé, presidente de CaixaBank. Levantó dos portadas en El Periódico y en La Vanguardia. La primera foto era un guiño a la línea de los socialistas soberanistas; la segunda fue un paso hacia la tercera vía de Duran Lleida o, si lo prefieren, hacia la vía Navarra verbalizada por el presidente de Fomento del Trabajo, Joaquim Gay de Montellà. Esta última opción propone modificar un preámbulo de la Constitución que permitiría darle carta de naturaleza a la nación catalana. El mejor atajo para alcanzar el Estado multinacional, concepto inocuo.

Cuando se cumplen 36 años de la fundación del PSC, Iceta promete gestionar con inteligencia el vacío de poder en su partido y la deriva soberanista. Su nombre planeaba sobre el aparato del partido desde que Navarro anunció su dimisión y especialmente desde el momento en el que Núria Parlon, alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet, se borró de la carrera sucesoria, en un ditirambo del continuismo puro y duro. Iceta es la garantía de solvencia; el CEO que salvará al PSC de la quiebra técnica antes de que Montserrat Tura inste un proceso concursal laminador.

El Fouché catalán manda en el partido desde 1984 y no encaja en la imagen de renovación que pedían amplios sectores y que sí representaba Parlon. Debajo de él, reina la división: “o encontramos a otro o aceptamos a Iceta como un mal menor”, ronroneó la asamblea socialista. Más allá de Iceta, solo se ha autoproclamado Josep Rueda, un dirigente local de Palafolls (Barcelona), faltado de vergüenza ajena y de los 2.000 avales que son preceptivos.

En los años ochentas recibió el bautizo de fuego en Madrid. Formó parte del microchip de Narcís Serra en la vicepresidencia de Gobierno y dirigió el Departamento de Análisis del Gabinete de la Presidencia. Fue fraile sin haber sido monaguillo. Entró en Moncloa por la puerta grande. Hizo un máster en fontanería política en la mejor etapa de la historia del PSOE y, la verdad, es que ahora esto de Catalunya se le hace cuesta arriba. Levantar el aparato regional es como hacer bolos de provincias en una compañía venida a menos. Iceta se aburre. Le sobra coco, pero no tiene necesidades litúrgicas. Solo quiere estar en el cargo de vicesecretario general hasta el próximo congreso ordinario del PSC, previsto para finales del 2015. Tampoco acepta ser cabeza de lista en las autonómicas plebiscitarias. Por lo visto, es un anti-semiótico del poder. Aunque su web personal contiene un motivo esclarecedor: “Reconstrucción”. Un poco capitán América.

¿Por dónde empezar? La moral de derrota campa a sus anchas en un partido de muñecas rusas, donde cada dirigente “lleva dentro de sí a un sucesor de menor tamaño”, como escribió Enric González . Iceta, un hombre de mirada china y pupila redonda, habla por dentro: “Dejadme hacer”; él sabe que solo el despotismo ilustrado puede salvar la situación. El PSC se fundó para que la gente no tuviera que elegir. La clientela votaba a ciegas; Maragall obtuvo más de un millón de votos en el 1999 y mejoró en 2003; pero Montilla bajó hasta 600.000 y Pere Navarro se quedó en medio millón. La gota que desbordaba el vaso llegó en las europeas del 25-M cuando el PSC perdió la mitad de los votos cosechados en 2009, un 22% menos. El partido ganador se ha convertido en la tercera fuerza. Su nicho electoral pierde por los electores que han escogido a ERC o Iniciativa. Paralelamente, está siendo erosionado por los beligerantes a favor de la consulta y también por los que están radicalmente en contra (Ciutadans).

Cuando la ambigüedad deja de ser un valor, aparece la duda, rasgo supremo del carácter catalán. El PSC está herido casi mortalmente, pasto de una caricatura representada por los Montilla, Zaragoza, Celestino Corbacho o Pere Navarro. Los capitanes del cinturón industrial se han quedado sin galones en la bocamanga. De las dos almas del PSC queda apenas un rastro. Las dos lenguas, las dos formas de entender Catalunya fueron enterradas cuando Iceta trató de vindicar con matices el referéndum del próximo noviembre. La antigua Convergència Socialista, el partido catalanoparlante de militancia acomodada (los Raventós, Obiols, Maragall, Lluch, etc.) daba la mano simbólicamente a la federación del PSOE, periférica, castellanoparlante y montaraz.

Iceta teatraliza la política con cierto desdén. Utiliza el pasado reciente. Está convencido de que la memoria une; ata los cabos sueltos aun después de muertas las tendencias. Su gran prioridad será preparar las elecciones municipales de 2015, en las que los socialistas catalanes se juegan los últimos resortes de poder local. Lanza un guiño a los críticos del partido que amenazan con la ruptura y la creación de otra formación política. Iceta suma. Teje sensibilidades compartidas. Desvela dificultades integradoras. Trata de inocular en el PSOE la propuesta federal plasmada en la Declaración de Granada. Quiere rehacer la cohesión interna en el PSC, golpeado por la peor crisis de su historia. Lleva tres décadas en los puestos de mando del socialismo español y las ha visto de todos los colores, como en el caso Filesa, la financiación irregular probada en sede judicial, que le costó la cárcel a su compañero Josep Maria Sala.

Fouché vivió en palacios más que en barricadas. Hizo la revolución desde arriba y desencadenó la contrarrevolución a base de edictos. Iceta sigue sus pasos. Es más entrista que revoltoso; más espía que matón; más de la Sécurité que de la Lubianka. Mueve resortes con guante de seda. Y, a pesar de su juventud, es el socialista más longevo en el cargo del comité federal del PSOE.

Antoni Esteve: entre el viva la tierra y el muera la inteligencia

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En el acto de entrega de los premios de la Fundación Príncipe de Asturias, uno de los asistentes gritó: ¡Visca la terra! (evocación de mal gusto por sus dramáticos antecedentes). Fue una intervención extemporánea, parecida a las de los hispanos en Florida cuando en plena calle se detienen para gritar ¡Raza! tal como lo cuenta Tom Wolfe en Bloody Miami.

Por lamentable que resulte, el grito es hipnótico por naturaleza, como lo demuestra la pintura de Edvard Munch, expuesta en la Galería Nacional de Noruega. Y, sin embargo, en el auditorio del Palacio de Congresos de Girona, el grito no funcionó. Afortunadamente.

Las caras más bien eran de póker. Se trataba, ante todo, de sostener el discurso de Felipe VI, medio en catalán, medio en castellano y plagado de lugares comunes, como "la colaboración sincera y generosa” o “las legítimas aspiraciones”.

En este primer discurso del monarca en territorio secesionista, volvieron el "sentido emprendedor”, la “iniciativa”, el “espíritu reflexivo” (dichoso seny) y la mirada “exterior” de los catalanes. En fin, el topicazo de los almendros en flor ante un auditorio silente que se limitó a batir palmas, con su presidente, Antoni Esteve, en primera línea.

Nadie se acordaba ya de que el mismo Ayuntamiento de Girona abominó no hace mucho del Principado y de que, horas antes, el Parlament de Catalunya había aprobado un referéndum sobre Monarquía o República. Entre los asistentes, algunas caras conocidas del patronato Forum Impulsa, base de la Fundación Príncipe de Girona. Y, entre ellas, el autor de la pregunta impertinente: ¿Qué le dan de comer al alcalde de Girona, Carles Puigdemont (CiU)? Por qué destierra de su ciudad el honor nobiliario del Principado de Girona y, al mismo tiempo, pone cara de niño bueno delante de Felipe VI? ¿Tiene miedo de expresar lo que siente?

Casademont dijo que la Casa Real utiliza de forma activa un título que no cuenta con el apoyo de su ciudad. Añadió que a él no le parece una “forma inteligente” de actuar. Pero se da la casualidad de que el Rey persiste en su fórmula de respeto y convivencia. Y, frente al gesto real, la ciudad se vacía en la medida en la que su sociedad civil (ese mantra catalán de vocación revisionista) se empequeñece. El mundo perdido de los José Felipe, Ferrer, Rodés, Salvadó Plandiure, etc., ya no proyecta la sombra de antaño. Su recambio cristalizó el pasado viernes en las caras más jóvenes de la cena privada celebrada en el Celler de Can Roca. Allí Felipe VI compartió mantel con Jaume Giró, Josep Oliu, Carlos Godó, Borja Prado, Sol Daurella o Carles Vilarrubí, entre otros. Estaban todos los que son. Y, junto a los citados, la comisión delegada del patronato Príncipe de Girona hablaba por sí sola.

El relevo en la clase dirigente consagra a día de hoy las caras que han poner nombre al reformismo sensato que desencadena el Derecho a Decidir, siempre que se quede a medio camino de la independencia. Ésta es la condición del Rey. Pero su desenlace queda aplazado hasta el día de la reunión secreta entre Felipe VI y Artur Mas. De momento, el último Borbón ha roto una lanza en favor de la lengua catalana. Lo hizo el viernes en Girona, pausada pero firmemente.

La Corona lanzó un mensaje al ministro Wert, vector del uniformismo descartado por Felipe. Como también, días antes, había enviado otro mensaje al moralismo endomingado de Ruíz Gallardón, al recibir en Zarzuela a la coordinadora de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales.

El nuevo Rey presenta ya un modus operandi absolutamente nuevo. La corona lanza andanadas en dirección a la recuperación del espacio público, que está siendo cercenado por un Gobierno conservador y pacato, capaz de retroceder decenas de años con una Ley del Aborto prehistórica.

La nueva Corona habla desde el aperturismo estético, en materia social y moral. Sin embargo, respecto a la cuestión territorial, los mensajes son más pautados; me atrevo a decir, más duros. Príncipe de Girona, señor de Balaguer o Conde Barcelona son blasones unidos a la tierra. Desdeñar la voz de los consistorios en base a que solo la Corona legitima los honores nobiliarios es un mal camino. ¿O tendrá razón aquel señor atrabiliario que rompió el silencio del auditorio con un ¡visca la terra!? Si el anónimo gritón y don Felipe reclaman lo mismo, el siguiente grito será: ¡viva la tierra!, ¡muera la inteligencia!

Juan María Nin: el precio de la deslealtad

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Isidre Fainé ha destituido a Juan María Nin por su deslealtad y ha premiado a Jaume Giró por su lealtad. Juan María Nin llevaba mucho tiempo enviando este equívoco mensaje al mercado: “Yo soy el consejero delegado de CaixaBank, el auténtico ejecutivo del grupo”. Los cambios legales en el sector le habían permitido presuponer durante un tiempo que su cargo era el más poderoso en medio de la maraña institucional tejida entre la fundación de la Caixa y el banco propiamente dicho. Buscó alianzas en el Supervisor; pidió entrevistas a solas, face to face, en los puestos más altos de la Generalitat; flirteó con el ministro Guindos y hasta quiso llevarle la contraria a su presidente en algunas capturas, como la de Barclays. Nin estaba llamado a ser el sucesor de Fainé en la presidencia de CaixaBank. Pero no supo esperar. Escogió el camino más corto, el que bordea el precipicio.

Fainé le comunicó a Nin su destitución el pasado día 26 de junio. Le invitó a cenar y, envuelto en su habitual frugalidad, le soltó la bomba. Nin tragó sin mácula aparente. Es un corredor de fondo con 30 años de servicio en la banca. Aguantó el peso de las grandes fusiones, especialmente en el Santander de Emilio Botín en la etapa del conglomerado Santander-Central-Hispano. Allí superó la bicefalia establecida entre Botín y José María Amusátegui, una guerra de titanes basada en una cuestión horaria, como cuenta Fernando González Urbaneja en su libro Banca y Poder (Espasa): “Botín despacha a las 08:00 horas de la mañana mientras que Amusátegui estaba acostumbrado a cerrar los negocios después de la cena, de madrugada y a partir de la tercera copa”. Nin supo unir los dos extremos de aquel tejemaneje. Le salió bien. Todavía no era un impaciente.

En 2002 fichó por el Banc Sabadell. Cuando se derrumbó la inmobiliaria Astroc, una apuesta del Sabadell, Josep Oliu le encomendó a Juan Antonio Alcaraz (segundo de Nin) la salvación de los muebles. Nin no perdonó el puenteo y en 2007 voló a la Caixa como hombre de confianza de Fainé, recién ascendido a la presidencia. En aquel momento se retiraba Ricard Fornesa, el paréntesis amable, el puente natural entre la Era Vilarasau y la Era Fainé; entre el crecimiento y la estabilidad; entre la apuesta por España y el actual desafío frente al mercado global.

A Nin le tienta la cuenta de resultados. Su vinculación al mundo del cuarto sector solo es epidérmica. Preside el Consejo España-EEUU, es miembro del órgano de gobierno de la Universidad de Deusto y patrono de las fundaciones Esade, CEDE y Aspen. Pero lo que le va es el número puro y duro. Todo un resbalón frente al cariz puritano de la nomenclatura. Nin debería saber que, en el último piso de las Torres, donde reina la moral calvinista, se aprecia el margen de negocio sin dejar de lado el espíritu fundacional. Desde Moragas hasta Fainé, desde los albores del imperio del ahorro hasta su brillo actual, la marca Caixa reúne transversalidad e historia. Para comandar el mascarón de proa de la economía catalana, no basta solo con ganar dinero. L’avara povertà dei catalani se ha derramado en un crisol bizantino.

En el último mes, Nin ha mostrado un desconocimiento alarmante de la nomenclatura de las Torres Negras. Estudió en Deusto, pero le ha faltado cintura para saltar de la casuística jesuítica a la Contrarreforma. Un alevín del Papa Negro ha de saber negociar. Debió de haber seguido el consejo de “mano de hierro y guante de seda”, aquel suaviter in modo, fortiter in re (suavidad en las formas, firmeza en el fondo), que fue la máxima de Claudio Acquaviva, un antiguo general de la orden de San Ignacio. A partir del nombramiento de Jaume Giró en la dirección de la Fundación Bancaria Caixa, una de las mayores del mundo, Nin se colgó de un agrio argumentario: Sí, sí, todo esto está muy bien, pero en la Caixa lo importante no es la Fundación sino CaixaBank, y “ahí mando yo” ¿Temeridad o eutanasia activa? Nin tenía la promesa de su jefe de llegar a lo más alto, pero no manejó correctamente los tiempos.

Aunque uno sea el consejero delegado de CaixaBank, es muy arriesgado pedir una entrevista con el president de la Generalitat, Artur Mas, sin el consentimiento de Fainé. Nin lo hizo. Error craso. Llamémosle inconsciencia o exceso de seguridad profesional. Resbalón fatal. Y el desenlace se ha hecho visible en el momento en que Isidre Fainé le ha destituido sin concederle ninguna vocalía en el consejo de administración y sin ofrecerle ningún cargo en el patronato. Nada. Entre el cielo y la tierra, no hay purgatorio.

Jenaro García: el papanatismo de la marca España

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Los gestores de Caja Madrid Bolsa presentaban a Jenaro García, presidente de Gowex, como el Steve Jobs español. ¡Analistas de mistela y croqueta gorda!, ¡sarta mangutante!, estómagos agradecidos de Mariano Rajoy que depositó en él la esencia de la marca España. Pero todo esto fue antes de saberse que el milagrero inventor de Gowex falseaba las cuentas de su empresa.

Don Jenaro, muy anglosajón él, reconoció su engaño, estilo Madoff, como si en la culpa llevara su penitencia. Pero no es suficiente; el lunes declarará ante el juez Pedraz para poner al descubierto su contabilidad creativa. A Jenaro le llovía el dinero que a otros les faltaba; le caían los fajos del cielo inversor jaleado por sus compañeros de viaje que lo encontraban lo más normal del mundo en tiempos de estimulación crediticia, en plena forward guidance, los prometidos tipos de interés bajos.

En el Madrid del sol de la sierra siempre es domingo por la tarde. Mandan el cocktail y el canapé. Pero cuando la marca afloja, los grandes se tiran a degüello contra los costes laborales. Aena pasa cuentas con sus monopolios naturales; Adif se privatiza; Repsol y Endesa nutren sus resultados con la insana tarifa e Iberia aplica un ERE casi el mismo día en que muere Gowex. Claro que siempre nos quedará Florentino y su Alta Velocidad en La Meca. Jenaro vende ciudades wifi utilizando el símil del agua (be water, my friend, en la cara de Bruce Lee).

Se le ocurrió la idea a partir de su imagen infantil de la Fuentecilla, el famoso manantial de la calle Toledo donde los vecinos hacían cola con cántaros y vasijas en años de pertinaz sequía. Las conexiones wifi fluyen, son como el agua, pero su gratuidad es solo pasajera. Antes de Internet, Jenaro vendía pins y casettes en el Rastro de Madrid. Entró en el mundo de las relaciones internacionales como importador de coches. Tiene la semilla del emprendedor, pero apretó fatalmente el acelerador al colocar a Gowex en el mercado mundial de wifis gratuitos, con 71 ciudades y 60.000 puntos de conexión.

Se montó en el potro de las utilities sin la red de una tarifa regulada. Su negocio eclosionó con el iPhone; se asoció con la mismísima Deutsche Telekom. Establecía alianzas con el entorno, no con el cliente final. Pactaba con los ayuntamientos como preámbulo a las empresas de servicios. Compraba el canal antes de llegar al punto de venta. Se presentó como la alternativa al prosaico tocho inmobiliario. Quiso ser la Inditex del mundo digital.

Jenaro fue galardonado con el Premio Nacional de Márqueting y aprovechó el galardón para lanzar un elogio encendido de la ética empresarial. Pero, a Gowex, la muerte le pisa los talones: ha salido del mercado alternativo, el MAB, y ha sido suspendida de cotización a pocos metros del Ibex 35, un sueño imposible. La hundió un demoledor informe de Gotham City Researc, una agresiva inversora norteamericana que había tomado posiciones bajistas en el capital de Gowex. Un minuto antes del informe, la empresa de Jenaro García llegó a valer 1.400 millones de euros.

El MAB ha reaccionado tarde y mal. Es un mercadillo a la altura de Don Jenaro. Ofrenda en el altar del Ebitda y del Capex, mnemotecnias del valor, amagos que desvirtúan el precio real de las cosas, trucos de magia blanca para esconder el pasivo bancario metido en la panza de las empresas cotizadas.

El free float de Gowex en el mercado alternativo iba a convertir a Madrid en la ciudad inteligente por antonomasia. Pero no, ¡maldito relaxing cup of café con leche! El MAB es una filfa de la nueva economía, que no es nueva a fuer de virtual y tramposa. Los inversores que metieron sus ahorros en Gowex están de luto. Y, una vez más, el organismo regulador (la CNMV) practica el toreo de salón, aquel arte del disimulo engrandecido por Adolfo Marsillach sin moverse de casa.

Hubo un tiempo en que Jenaro parecía el nuevo Midas, un tiempo cercano que pisa la memoria más remota de Javier de la Rosa, aquel responsable de la inversión kuwaití en quien Jordi Pujol y su consejero Macià Alavedra condensaron las virtudes teologales del empresario catalán. Rajoy ha reeditado a Javier en la meseta. No hace mucho, el presidente afirmó en público que Jenaro era la bomba. Se subió al tren desaforado del wifi con la misma intención ventajista utilizada en la reducción de la prima de riesgo, cuando en realidad la mejora del diferencial respecto al bono alemán se ha producido gracias a la compra al por mayor de títulos de Deuda (Quantitative Easing), aplicada desde Frankfurt.

El capitalismo popular o la compra de acciones a gran escala descarga la responsabilidad sobre el ahorrador de a pie, indefenso ante el engaño de los gestores. Esta pérdida de la identidad frente al “fetiche de la mercancía” (las acciones) recuerda que la opinión adocenada “hace imposible sumar individuos”, como escribió Juan de Mairena, heterónimo de Machado.

Pero ya es tarde para filosofar. Miles de empleados (directos e indirectos) irán al paro. Centenares de inversores perderán su camisa. Le hemos reído las gracias a Jenaro, al Steve Jobs de la Fuentecilla. Todos somos culpables; culpables de papanatismo, claro.

Oriol Pujol Ferrusola: el fin de una dinastía

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Oriol abandona. Pujol Ferrusola se ha caído al compás de una dinastía que se derrumba. Representa la última regalía de un entramado familiar patrimonialista y enganchado a la pasión por la política. Oriol ha capotado en el momento de máxima exigencia. ¿Habrá sitio para él mañana en la batalla? ¿Cabe todavía Oriol en las filas de un país armado? ¿Tiene alguna función en el tallo que rebrota frente al inmovilismo territorial de España?

Oriol escribió hace algo más de un año: “Había una vez una niña pobre y solidaria cuyo dolor provocó una caída de estrellas del cielo convertidas de repente en monedas de oro y plata. La niña consiguió reunir todas las monedas y fue rica para siempre”. El ex número dos de CDC reprodujo en su Bloc (15 de marzo de 2013) este fragmento de los hermanos Grimm contenido en la narración titulada El dinero llovido del cielo. Pujol Ferrusola respondía al entonces primer secretario del PSC, Pere Navarro quién en vez de “tocar de pies en el suelo, vivía de “ilusiones”. ¡Malditas letras!; ¡maldita metáfora!, ¡maldito Internet!, debe de pensar Oriol a estas horas. El dinero caído de arriba no ha obrado para él el milagro que encontró la niña de Grimm. Más bien ha trinchado su carrera política. Le ha devuelto al mundo mercantil de Zumosol, como le llamaban a Oriol sus socios, Sergi Alsina, Ricard Puignou o Sergio Pastor, inmiscuidos en la oscura urdimbre de las estaciones ITV. El de las ITV es un caso menor; una corruptela de medio pelo, la modalidad más destructiva.

Oriol nació en un crisol que canta y llora desde el antiestatalismo sentimental. Ex alumno de la Escola Thau y licenciado en Veterinaria, cursó el posgrado del IESE y dio sus primeros pasos en el mundo de la consultoría. Este mariano de la virgen morena ofrenda en el altar del interés privado, junto al ubicuo Alsina, el socio, siempre el mismo, que le implicó en la deslocalización de multinacionales como Sharp, Sony o Yamaha. Oriol deslocalizó empresas en plena crisis, cuando lo que se esperaba de un político comprometido era justamente lo contrario: retener los centros de producción y mantener los puestos de trabajo. Fue concejal en el Ayuntamiento de Barcelona y secretario general de Industria. Salió escogido diputado en las elecciones autonómicas de 2003, las del primer Tripartito, y en 2007 alcanzó el cargo de Portavoz de CiU desbancando a Felip Puig. Su trayectoria rampante tuvo un andamio decisivo en el pacto de 1999 entre CiU y ERC para refundar el catalanismo en un momento en que su padre, Jordi Pujol i Soley, apostaba por la gobernabilidad con el PP en Madrid.

El empresario Puignou Jr. heredó de su padre el casi monopolio de la inspección de vehículos. Y ahí nació el vínculo con Pujol Ferrusola, imputado ahora por un presunto soborno difícil de probar y por un tráfico de influencias tan elemental como fácilmente esquivo. La Policía le acusó de cobrar sumas de dinero de Puignou para apoyar sus intereses, sospechando de paso que la esposa del político, Anna Vidal Maragall, estaba incluida en la mordida. En su última declaración ante el Juez, Pujol Ferrusola descargó así las presunciones de culpabilidad: “hay gente que se beneficia de mi nombre”. Pero frente a este argumento apolíneo, la Agencia Tributaria concluye devastadoramente que Anna Vidal encubrió el pago de comisiones a su marido mediante la facturación de servicios inexistentes a la empresa que administraba un amigo, en un "modus operandi" que se prolongó al menos durante cinco años. Y Vigilancia Aduanera le da el tiro de gracia: la vinculación del matrimonio Pujol-Vidal a la empresa Alta Partners, de Sergi Alsina.

Hace casi tres años, el nombre de Oriol Pujol apareció mencionado por primera vez en un informe de la Fiscalía de Lugo que le citaba como posible contacto del empresario gallego Jorge Dorribo para introducirse en el negocio de la salud en Cataluña. De las intervenciones telefónicas del caso Campeón nació la pista del caso ITV, que estalló con toda su crudeza en marzo de 2012, cuando un auto judicial acusó a un grupo de personas de intentar tumbar un concurso público de estaciones de la inspección técnica de vehículos (ITV) para lograr que se convocara otro a su medida. La trama judicial es conocida; pero sus efectos partidistas manejan tiempos más convulsos. Los convergentes Rull, Corominas y Josep Turull se reparten ya el botín de Oriol, aunque el bastón de mando tiene otro dueño: Felip Puig, el Molotov de la CDC soberanista. No conviene olvidar que fue el mismo Puig --ingeniero de Caminos en la estela de los Duran Farell, Bosch Aymerich o Pere Macias-- quien desde la Consejería de Empresa elaboró el nuevo mapa de las ITV, post Oriol. Cuando los gestos son más veloces que las intenciones ya no hay nada de qué hablar. La herida está cerrada. Un día te levantas en medio del hiperespacio. No tienes partido ni escaño. Eres un simple comisionista, un lobbista que explota viejas complicidades.

La atmósfera de cuentas en paraísos fiscales tiene su peso. Ahora, el magistrado Pablo Ruz tira del hilo de unas diligencias abiertas contra Mercè Gironés y Jordi Pujol Ferrusola, el atrabiliario hermano mayor de Oriol. Los movimientos cifrados deterioran la imagen de los Pujol, y vuelve el fantasma de los fondos opacos que ha perseguido desde siempre a la familia. Andorra y Uruguay hacen hoy las veces de la antigua plaza de Tánger, donde el abuelo paterno de Oriol, Florenci Pujol, amasó depósitos en dólares en la etapa oscura de la vieja Dirección General de Transacciones Exteriores. Cuando Tánger fue la única referencia como mercado de divisas, Josep Andreu Abelló y Pedrol Rius, dos oriundos universales de Reus, controlaban el Banco Inmobiliario, donde efectuaban sus depósitos Florenci y su socio David Tannenbaum.

Los dineros germinales de Banca Catalana tuvieron su origen en el círculo sefardita de la bella ciudad marroquí. En el caso de los Pujol, el origen y el fin son concomitantes. Oriol se mece en un equilibrio inestable donde el patrimonio tira más que la praxis. Es un patriota porque ama a la patria, no porque quiera refundarla. Ha perdido su sitio de mañana en la batalla. Vuela con Caperucita o Hansel y Gretel en la imaginación de los hermanos Grimm.

Duran Lleida: el catalanismo demediado

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Los hay que siempre se caen de pie y otros que simplemente saltan con red. Duran Lleida es de estos segundos. En los ochentas, relanzó la Unió Democràtica del flanco conservador, la de Roca Cavall (el padre de Miquel Roca) y Àngel Marqués; la de El Correo Catalán, el diario tradicionalista que fue denostado por la pluma de Maurici Serrahima, el gran memoralista. Duran Lleida, hijo de Alcampell (la Franja), entró como un sacacorchos en el sanedrín de los Triadú-Vila d’Abadal, un entronque familiar que explicaba por sí mismo el catalanismo montserratino, una unión comparable por su simbolismo a la del matrimonio entre Jaume Vicens Vives y Roser Rahola, baronesa de Perpinyà.

Desde un buen comienzo, Duran Lleida moldeó su carrera en los efluvios de la democracia cristiana catalana. Pidió prestada la legitimidad moral del fundador, Carrasco i Formiguera, pero, una vez conquistado el cetro, aplicó a UDC un reformismo de corte navarro, que nada tenía que ver con el humanismo cristiano de Miquel Coll Alentorn. En el centro derecha catalán, se abrió camino entre Antón Cañellas, el traidor que se pasó a la UCD de Suárez, y los pujolistas de primera hora. Se apoderó del tótem con el afán de un advenedizo. Desconocía la génesis de la recuperación operada en la endogamia nacionalista, una capa social algo olvidada, enferma de tradición, anti-borbónica y capaz de vindicar en el extremo al antiguo Brazo Militar de la Nobleza milenaria.

Duran Lleida es un nacionalista de poniente. De niño no llegó a pisar los lugares de culto, como los Juegos Florales de los años del hierro, que sufragaba Tecla Sala, la viuda Toldrà, bajo la égida del abad Aureli Escarré. Se ahorró la nube de Virtèlia y las fiestas de fin de curso en el Palau de la Música. Pero esto se paga, sobre todo si el que está delante es Francesc Homs, un niño de la escuela Thau, con el peso de muchos veranos a la sombra del Matagalls (Montseny). No tuvo que soportar el autenticismo folclórico de los comensales en casa del Cavaller de Vidrà, el padre de Josep Maria Vila d’Abadal, actual alcalde de Vic, enemigo de Duran, y conocido con el sobrenombre de Visa por su presunta implicación con un mal uso de la tarjeta de crédito, según la Agencia Antifrau. Quiere dar de sí la imagen de un hombre cansado después de una singladura. Pero Duran Lleida no ha atravesado ningún desierto; tampoco está habituado a los rigores del sufragio, allí donde descarrilan las ilusiones.

¿Se ha quedado en una vía muerta sin margen constitucional o ha inventado el único camino posible? El tiempo lo dirá. La mitad de los militantes de su partido no están por la consulta. Algunos admiran su “pseudo dimisión”, como la ha bautizado Ismael García Villarejo en las páginas de ED. Duran Lleida es un catalán demediado que toca el organillo o el violonchelo, a conveniencia. En octubre de 2012, en plena fiebre independentista, remató una intervención ante el consejo nacional de CiU con esta frase de Carrasco: Amunt, avant, visca Catalunya lliure! Pero al día siguiente, se retractó. Por empacho o por exceso. No es un Judas de la política gracias a Maquiavelo, el genio italiano que engrandeció para siempre el cortoplacismo táctico de los tibios. Ha cultivado su imagen. Es un “marqués de Entrambasaguas”, aquel personaje cervantino capaz de convivir con Dios y con el Diablo. Su camino resume un extraño apego a la emergencia federalista a la que él llama tercera vía. Es bachiller en tangentes. Ha salido limpio de diversos casos de corrupción, especialmente del más sentido de todos, el caso Pallerols, una mácula para miles de ciudadanos atónitos, que no llegan a final de mes. Sin olvidar a su socio federativo, Convergència, el partido que sufre el embargo judicial de su sede por el caso Palau. Duran se mueve, pero se mantiene en la foto, especialmente ahora cuando las riendas de Felip Puig se atan los machos en la retaguardia del president, Artur Mas.

Lo ha intentado todo. Duran Lleida ha dado mil vueltas a sus argumentaciones para alzarse con la cancillería española. Pudo ser ministro de Exteriores de Aznar en la etapa del viaje al centro, pero recibió del corazón nacionalista un chasco mayor del que había recibido Miquel Roca en su etapa eufórica con Jordi Pujol. La comparativa es inevitable. Pero si Roca fracasó en su operación reformista junto a Garrigues Walker, Florentino Pérez y Herrero de Miñón, a Duran no se le ha procurado ni el intento. Sus pugnaces españolidades tuvieron apenas un vuelo gallináceo. La articulación demócrata cristiana fue siempre una quimera desde los tiempos de Joaquín Ruiz-Giménez, ministro de Franco, hedillista de primera hornada y gloria del llamado Contubernio de Múnich.

Duran Lleida es el último caballero de la política, un deporte de riesgo en los tiempos que corren. Luce con esmero una dialéctica parlamentaria que le ha valido el mote del Adenauer catalán. En su libro Cartas de navegación: Por un nuevo rumbo (ed. Península) renueva la tradición epistolar de Clarín y de Unamuno para vadear los arrecifes de la política, la economía y la religión. Su segundo de a bordo, Josep Sánchez Llibre, maneja a la perfección la invisible correa de transmisión que va desde el mundo jurídico hasta el Hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Pero las ideas no se venden; se defienden. Josep Antoni Duran Lleida, incómodo ante el radicalismo de CDC, ha rescatado la interdependencia entre Catalunya y el resto de España. Es el socio que se hace a un lado en medio de un mar de contradicciones, como escribió premonitoriamente el socialista jabalí, Joan Ferran, en su libro Destapando a Duran, el fin de las apariencias (ed. La Lluvia).

Duran Lleida viaja a menudo. Especialmente en días de cadena humana. Pasó su último 11 de setiembre en Panamá, el istmo colombiano inventado por Roosevelt y JP Morgan, y presidido por Ricardo Martinelli. El pacto con la Fiscalía por el que UDC devolvía el dinero de Pallerols lo pasó camino de Chile. Alemania fue su destino, el día de 2011 en que se celebró una consulta soberanista en Barcelona. Conviene no olvidar que Duran Lleida es el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, un cargo que no ha abandonado. Por difícil que sea la pirueta, la red asegura su caída.

Mónica de Oriol y los calentones verbales de la oligarca no compasiva

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Mónica de Oriol ha revivido el principio de “clase contra clase”. Debajo del pisapapeles de su despacho en Paseo de la Castellana (sede del Círculo de Empresarios) se esconde la inconsciencia. Ella dijo un día: “a los empresarios, la ley nos obliga a pagar un salario mínimo a trabajadores no cualificados, aunque no valgan nada. Es decir, insultó a millones de parados para después pedir perdón en la propia web del lobby empresarial. Asunto zanjado. Pero no.

Doña Mónica es la dueña de Seguriber, la empresa encargada de vigilar el Madrid Arena la noche que fallecieron cinco jóvenes que asistían a una fiesta de Halloween en noviembre de 2012. Y hay más: los trabajadores de Seguriber se movilizan a menudo contra la “degradación” de sus condiciones laborales. Pero a ella no le afecta. No está entre los 16 imputados, aunque sí lo están tres de sus empleados. Ya se sabe, los beneficios son del accionista, pero la culpa es unitaria, como los costes laborales.

De Oriol se mueve en la brisa del conservadurismo más conspicuo, el no compasivo. ¿Cómo es posible que el cuadro de honor del Círculo de Empresarios, el gran lobby privado español, la mantenga en el cargo? ¿No les rechina esta señora a los César Alierta, Antoni Brufau o Villar Mir, europeístas de marcada responsabilidad social?

En el Círculo de Empresarios se han producido broncas gordas como la del neoliberal Lorenzo Bernaldo de Quirós, seguidor de Vargas llosa y de Von Mises y defensor a machamartillo del despido libre. Los economistas orgánicos del Círculo reproducen al PP más rancio en la sociedad civil. Filtran la economía decadente del fin del gasto público. Pero las declaraciones de Mónica, patrona de seguratas, fueron demasiado lejos.

La actual presidenta del influyente organismo empresarial anidó en el Bilbao del hierro y la fundición. Procede del entronque Oriol-Urquijo-Ybarra, el Gotha vasco-español, dominador de bancos, minería, prensa, etcétera. Su referencia fue José María Oriol y Urquijo, ex presidente de Hidrola y uno de los 59 procuradores en Cortes que votaron contra la reforma política de Adolfo Suárez en noviembre de 1976. Mónica dio sus primeros pasos en el corazón de la oligarquía electrofascista, un término acuñado por economistas como Ramón Tamames y Santiago Roldán.

Sufrió, como todos los suyos, el secuestro y asesinato en 1977 de Javier Ybarra y Bergé, el sabio de Neguri, un golpe cobarde de ETA contra la Transición narrado en aportaciones tan diversas como las de Javier Ybarra (Nosotros, los Ybarra), Mario Onaindía (Testamento vasco) o José Díaz Herrera (Los mitos del nacionalismo vasco).

Pero al parecer, lleva en el regazo del subconsciente a una parte de su tío abuelo, Antonio María de Oriol y Urquijo, ex ministro de Franco, víctima de otro secuestro (en este caso del Grapo), tradicionalista y mecenas de los legionarios de Cristo, la congregación religiosa fundada por Marcial Maciel, el presunto súcubo expulsado del ministerio sagrado.

No hace mucho, Mónica de Oriol pidió en el Foro Mujer y Liderazgo la implicación y el compromiso ciudadano para liderar los cambios: “La sociedad española es una sociedad de silencios, de obediencia y con un miedo reverencial a la casta, a la autoridad”.

No deja de sorprender. Podría decirse que funde pasado y presente a través de códigos ambiguos. Su empresa de seguridad protegió a decenas de cargos del partido conservador en el País Vasco, que no se fiaban de la Ertzaintza. Ahora, ocupa la sombra de Jorge Fernández Díaz (repartidor compulsivo de estampitas de santos) y gestiona planes piloto para mejorar la seguridad en las cárceles.

De Oriol llegó a la presidencia del Círculo en sustitución de Claudio Boada, hijo del gran Claudio Boada (nada que ver) que presidió el INI. Hoy soplan vientos de cambio, pero Mónica aspira a renovar el cargo. ¿Qué dice la junta del Círculo, los Alierta, Sánchez Galán y compañía? Ella es de la vieja escuela. Aplica el “clase contra clase”, aquel esquema patronal que desembocó en el pistolerismo. ¿Cuál será su siguiente calentón?

Ana Patricia: en la cima de la opacidad fiscal

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El lado oscuro de los Botín. Ana Patricia pertenece al consejo de Comercio e Inversión (FSTIB, por sus siglas en inglés) creado por el ministro británico George Osborne para promover la industria financiera de la City, el mayor centro de opacidad fiscal del planeta. David Cameron la califica de superstar de las finanzas, una glosa que la acompaña hasta la presidencia dinástica del Santander.

Ana Patricia tendrá otras cualidades profesionales, que sin duda las tiene. Pero, lamentablemente, la jefa de Santander UK ha mostrado en la City su buen hacer en la ruta del dinero caliente, un espacio radial que comunica Londres con los principales paraísos fiscales del mundo. La hija del fallecido Emilio Botín ha crecido a la sombra de la excepción británica, un cheque en blanco en medio de una Europa incapaz de armonizar a sus estados miembros. Forbes la sitúa en el penúltimo eslabón de las cien mujeres más poderosas, pero Bloomberg la sube hasta el puesto 50. Y es que la objetividad tiene un precio; no es la vara de medir de estas publicaciones ancladas en la suculenta publicity.

Entre 2002 y 2010 fue la presidenta de Banesto, filial del Santander, y su traslado a Londres se interpretó por muchos como un paso más en la sucesión. Está casada con Guillermo Morenés, el socio de su hermano Javier Botín en JB Capital Markets, una gestora de patrimonios que fue pillada con enormes cantidades de activos sintéticos en 2008 procedentes de la operativa fraudulenta de Bernard Madoff, el financiero encarcelado en Nueva York, tras un escándalo sin precedentes desde los tiempos de la burbuja de los Mares del Sur.

Madoff colocaba activos en España a través de Capital Markets pero, al conocerse el desfalco, todo se tapó con dinero del Santander. Don Emilio cicatrizó la aventura de su yerno, Morenés, y la de su propio hijo, Javier, con la misma destreza con la que antes taponaba hoyos en Pedreña, el golf santanderino que inició a su primer yerno, el gran Severiano Ballesteros.

El de los Botín es un mundo atado y bien atado. Además de financiero, el difunto Emilio ha sido el banquero deportista. Ha patrocinado el básquet o el golf y ha abanderado los bólidos de su amigo Fernando Alonso, piloto en horas bajas en la fórmula 1 de Ron Denis y Bernie Ecclestone, dos filibusteros milagrosamente inmaculados. Los Botín han sabido entrar en el mundo de los patrocinios a gran escala en el que mandan las instancias sin dueños, los drock’s box de los negocios, al estilo FIFA y UEFA, plataformas capaces de impartir normas y dictar leyes sin hacerse responsables de ninguna entidad física y sin practicar ninguna rendición de cuentas. Don Emilio ha sabido ser la sombra de la propiedad sin ser específicamente el propietario único. Ha sido el padre padrone sin ser patrón.

Es el bueno de la familia entre los hijos del mítico Botín Sanz de Sautuola. Ha engrandecido el Santander, mientras que su hermano Jaime Botín (tío de Ana Patricia), navegante solitario en su velero Adix, escamoteó una participación en Bankinter y fue sancionado por la CNMV. Digamos que Jaime, síndrome de Diógenes donde los haya, escogió el mar e hizo méritos ante la familia con algún trabajito indócil. Ana Patricia entra en el selecto grupo de presidentes de empresas del Ibex 35, el sancta sanctorum del poder económico, al que solo pertenecen otras dos mujeres, Ana María Díaz, presidenta no ejecutiva de DIA, y Esther Koplowitz (FCC).

El ranking doméstico de los ricos es ciego ante el dolor social de millones de españoles atrapados en dificultades económicas de una crisis de liquidez provocada por los motores de la oferta monetaria desregulada.

La flamante presidencia de Ana Patricia se debe al voto unitario del consejo de Banco Santander (los estatutos de la entidad establecen una mayoría de dos tercios) al que pertenecen el consejero Javier Marín y la propia Ana Patricia. El Santander tiene su particular puerta giratoria. Su consejo de administración congrega a empresarios de postín, como Rodrigo Echenique o Juan Miguel Villar Mir, a ex ministros abrasivos de la etapa Aznar (Abel Matutes o Isabel Tocino) y también a profesionales de probada virtud, como los hermanos Matías y Juan Rodríguez Inciarte o Guillermo de la Dehesa, ex socialista gallego que señoreó los pazos de la condesa de Fenosa en el puente de mando de Banco Pastor.

No todos los citados están de acuerdo en la herencia de Ana Patricia. Sobre todo si nos atenemos al principio de rigor en la gestión más que al derecho de propiedad accionarial. Pero en los bancos, el voto es una consigna; su cooptación tiene mucho que ver con el número de ceros que figuran en las compensaciones y dietas que reciben los vocales de sus órganos mercantiles.

Miguel Torres: fraude y estafa in vino veritas

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Se abre el fraude de Torres. Sus tretas enológicas y sus cuentas cifradas quedan al descubierto. El principal productor de vinos de España está acusado de evasión fiscal, de desviación de subvenciones de la UE y de irregularidades en el etiquetado. Y, mientras la Fiscalía investiga, la imagen de marca de las bodegas estimula dudas muy razonables: ¿Es de ley el rotundo Mas la Plana de Torres? ¿Envejecen de forma natural las barricas de Milmanda, la fortaleza rodeada de madreselva y situada a tiro de piedra del Monasterio de Poblet? ¿Es de Rueda el verdejo de Torres? Al margen de estas preguntas, otros sellos de la misma bodega, como los brandys de Torres y su blanco Viña Sol, son directamente acusados de fraude en una denuncia presentada por la empresa San Jorge, distribuidora de Torres en Latinoamérica y presidida por Adma Inchausti.

Miguel Torres, presidente de las bodegas e hijo del pionero Miguel Torres Carbó, posee dos mil hectáreas de viña en toda España. Su litigio con los distribuidores no es nuevo. Pero, en esta ocasión, el juzgado 29 de Barcelona ha admitido a trámite la demanda destapando la caja de los truenos. En los mercados de competencia feroz, las medias verdades acaban pasando por rotundas mentiras. Bodegas Torres, con presencia en 150 países, “presentaba ante el ministerio de Agricultura facturas de empresas fantasma para recibir los fondos europeos OCM (Organización Común del Mercado) que subvencionan las acciones de marketing y promoción del vino español en el exterior”, según la denuncia que ha motivado la apertura de diligencias judiciales.

Torres Carbó fue el gran pionero de la exportación española cuando todavía se vivían los restos autárquicos. Vendía con su propias manos, como los antiguos corredores de vetes i fils. Descendía de los aviones con cartografía de su puño y letra, desconfiaba de los planes comerciales del Icex y llevaba siempre un par de botellas en la cartera de mano para obsequiar a mandatarios o prescriptores. El saber geográfico del planeta estaba de su parte y donde él lo dejó, su hijo Miguel Torres ha levantado el muro de la frialdad que acompaña a la logística. Hoy, las denominaciones de Torres superan los lindes: Penedés, Costers de Segre, Rueda, Jerez o en Rioja, por no hablar de Chile o del valle del Sonora, en California. Pero, más allá del éxito, sus taninos confunden. Los enólogos de la empresa bodeguera alimentan el cinismo de los ilustrados que engrandecen la marca a cambio de prebendas.

Según su denunciante, Torres utilizó una trama empresarial internacional para defraudar fondos europeos. El productor catalán presentó facturas de empresas fantasma en Estados Unidos como Provintra o Promotora de Mercadotecnia para justificar las ayudas. Con las facturas de campañas de marketing publicidad presuntamente inexistentes, Torres cobraba las subvenciones en su cuenta del Banco Santander en España. De allí, a Estados Unidos (Citibank) y finalmente un último salto con destino a Bahamas, el paraíso perfecto de las grandes compañías de bebidas, como Bacardí, Ricard, la antigua Martini o los brandys de Torres. Bahamas ha sido en las últimas décadas el patio de operaciones financieras de la llamada guerra de la copa, un mano a mano entre Bacardí y Habana Club, el ron de los gusanos frente al de los barbudos.

Vender es un juego de palabras pero, cuando el marketing puede más que el contenido, la estética roza el umbral de la nausea. Lo saben bien el bodeguero Miguel y su abogado, Cristóbal Martell, la toga más ubicua de España. Miguel Torres, miembro del selectivo Vinum Familiae (junto a los Vega Sicilia, Müller o Rothschild) es uno de los pocos ciudadanos capaces de considerarse dueño del entramado institucional de su país (dado su voltaje tributario). La industria de las leyes (Voltaire llamó a los abogados “los jardineros del pueblo”) ha perfeccionado una forma indolora de practicar la pena de telediario. La imagen de una gran marca es un termómetro del riesgo-país, especialmente en Catalunya, una nación de olfatos altivos y almas acorazadas. La etiqueta lo aguanta todo, pero el paladar no engaña.

Ferran Soriano: el artífice de la estafa de Spanair

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Ferran Soriano, atrapado en el Día de la Marmota. Su tiempo está preso en un bucle situado entre diciembre de 2011 y enero de 2012, la fecha en la que Spanair presentó concurso voluntario. La compañía de vuelos siguió vendiendo billetes de avión a ciudadanos que nunca viajarían. ¡Estafa al cliente! Prometió un gran socio tecnológico argumentando que tenía atado un acuerdo con Qatar Airways. Pero, nada. Luego anunció negociaciones con una operadora china, y tampoco.

¡Fraude al mercado! Recibió dinero público (nuestro) de la Generalitat y Fira Barcelona para ganar tiempo, pero lo tiró por la borda. ¡Fraude moral!

Spanair quiso convertir Barcelona en un aeropuerto de transbordo. Soriano, un vendedor de dudosos fondos de comercio, fue el presidente de Spanair y el artífice de su estafa. Sabe que, en su país, la melancolía es la contraparte del fracaso. Por eso puso tierra de por medio. Cerró Spanair y se marchó al Manchester City. Buena finta, sí señor; pero no ha servido porque La pelota no entra por azar, según el título de su propio libro, autoeditado en 2006.

Hace más de dos décadas, Soriano fundó la empresa Cluster Consulting junto a Marc Ingla, Xavier Rubió, Marcel Rafat y Jordi Viñas. Cluster llegó a contar con diez oficinas ¿dónde? y una red de 500 consultores (¿quiénes?), hasta que Soriano la vendió con importantes plusvalías. La pretensión tecnológica y el inglés coloquial son el origen de muchos males. En el momento de su irrupción, Soriano y sus acólitos hablaban un inglés muy alejado de Boston, capital de la dulce Nueva Inglaterra, donde se aprende el Shakespeare de los negocios. Se presentaron en su día como emprendedores de la nueva economía, un sector que no crea riqueza ni empleo. En la era soriana del “círculo virtuoso”, estos jóvenes (que ya no lo son) se anunciaron como una nueva clase dirigente. ¿Dónde están sus logros? ¿Y sus fábricas? ¿Y sus centros de inteligencia?

Cuando se convirtió en vicepresidente del Barça, era un ganador con el riñón forrado y dedicación altruista al club de sus amores. Negoció con Isidre Fainé el famoso crédito sindicado de Caixa al Barça, en 2003. Los culés habíamos pasado de Llaudet, Montal, Ribera, Carrasco, o el mismo Núñez a las sombras del capital riesgo. Salvo honrosas excepciones, en el palco del Barça, los textiles y constructores de antaño son hoy los reyes del apalancamiento. Adictos a la reestructuración de la deuda; abalorios del florentinismo catalán que dio alas a Soriano en la época de Joan Laporta, un abogado feraz subido en la ola del independentismo rampante; un leguleyo enfrentado a Sandro Rosell, el rudo trepador ganado por el rencor que se hizo añicos en el primer embate del caso Neymar.

Ahora, dos años después de la suspensión de pagos de Spanair, su consejo de administración es condenado a una multa de 11 millones de euros. Pero, por lo visto, Generalitat, Fira Barcelona y Cámara de Comercio no pudieron obviar tanto desatino, ¡y casi se van de rositas después de prevaricar! La Cámara de Barcelona, presidida por Miquel Valls, levantó una gran admiración pública al anunciar un acuerdo que convertiría a Spanair en filial de Lufthansa. Finalmente, los alemanes dijeron que no. ¿Si tenían a Munich para que querían Barcelona? Lufthansa no llegó, pero la gente ya había tragado.

Spanair fue un bluf, y lo peor de todo fue su fracaso comparativo; su fracaso frente al éxito de Vueling (la otra low cost), presidida entonces por Josep Piqué. Puede decirse que la Spanair de la Generalitat marró frente a la Vueling de Iberia. Nolens volens, la ilustración atrincherada se cayó del guindo. Ahora, esta misma ilustración dirige su mirada hacia Ferran Soriano y piensa que una cosa es dirigir un club de fútbol propiedad de los socios y otra muy distinta satisfacer el business plan de una empresa de servicios. La economía corporativa lo aguanta todo.

La Catalunya empecinada no perdona a sus corsarios. Cuando los sentidos se preparan ante una felicidad inalcanzable, los sorianos pagan el pato. Atrapado en el bucle de la Marmota, Ferran, conocerá pronto los cinismos latentes de un país acostumbrado a comerse sus propias invenciones.

Paramés: la caída de los Entrecanales

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Francisco García Paramés se va de Bestinver con algo más que lo puesto. El Warren Buffet español se lleva virtualmente la cartera de su matriz, Acciona, y hunde la expectativa de su patrón, José Manuel Entrecanales. La espantada de Paramés es el último ejemplo de cómo el capitalismo corsario se carga la tradición industrial que un día lo acunó. Paramés y los Entrecanales cumplirían ahora sus bodas de plata, 25 años de matrimonio entre los dueños y el gestor bursátil. Pero no habrá banquete; el vehículo de inversión de la gran constructora se diluye y el gestor se lleva con él a sus fieles, Álvaro Guzmán y Fernando Bernard, su now how de bolsillo.

Acciona se ha ido apartando del ladrillo por vocación. Optó por las energías renovables, gracias en parte a la bondad estratégica de su presidente, un regeneracionista inquieto. José Manuel Entrecanales, líder de tercera generación (el mayor de cinco hermanos), le ha dado la vuelta a la empresa fundada por su abuelo. La quiso convertir en reina energética con la compra de Endesa, pero se vació ante la apuesta de la italiana Enel y la traición de Moncloa. Apostó por la sostenibilidad, apadrinó el documental de Al Gore sobre el cambio climático y reposicionó su marca como la primera empresa de energía renovable de España. Y ahí, finalmente, marró. España no perdona. Es un país que habla del futuro, pero vive en el pasado. Su élite es el huevo de la serpiente, el nido de las cien familias.

Los Entrecanales se están cayendo de la cornisa a la que siempre han pertenecido. Se caen porque se han alejado de la piedra, la auténtica riqueza de un país que presume de nueva economía, pero que restringe su inversión en i+d+i a la categoría de gasto (junto a las casas de tolerancia y los narco negocios) para incrementar el PIB. Nuestras campeonas de la licitación (ACS, FCC, Ferrovial, etc.) se abren camino en China, en el Golfo Pérsico y hasta en el Consejo de Seguridad de la ONU, “la cocina de las Naciones Unidas”, en palabras de Inocencio Arias. Envueltas en un silencio estólido, las licitadoras se expanden. Todas menos Acciona, que apostó por las renovables y cayó en desgracia tras la recapitulación de José Manuel Soria, el ministro que se ha cargado la energía verde para convertir a Canarias en un cinturón petroquímico.

El nexo Paramés-Entrecanales duró lo que dura el ladrillo. Esta unión se viene corrompiendo desde que las deudas se comieron el valor de los activos; pura contabilidad. Empezó a disolverse el día que Entrecanales apostó por entrar a gran escala en centrales eólicas, una hazaña ecológica que ha subvertido el valor del viento, el bien deseconómico, pobre por antonomasia. Entrecanales ha perdido la camisa con las renovables; y, ahora, su brazo financiero, Bestinver (el 10% del ebitda del grupo), no consigue compensar la caída de los ingresos ordinarios. Cuando todavía era una pura constructora, Acciona padeció el síndrome diversificador de su sector. Los del tocho quisieron entrar sin éxito en los negocios tecnológico y energético, y entonces el joven Entrecanales les dio una lección a todos: fundó Airtel y se la vendió a Acciona con enormes plusvalías. Él se creció mientas los veteranos volvían a sus cuarteles de invierno, el negocio prosaico de la obra civil, donde la espiral inversión-apalancamiento se ajusta al tamaño de las concesiones. En los rigores de la crisis, a Florentino le salvó el Ave de La Meca del mismo modo que a Sacyr le ha salvado ahora el 50% del Canal de Panamá. Da igual que ambos constructores mientan como bellacos para renegociar sus contratos, porque ni Mahoma ni el presidente Roosevelt levantarán la cabeza.

Tras un par de ejercicios catastróficos en infraestructuras y servicios, Acciona anunció el nombramiento en la presidencia de Bestinver de Luis Rivera, hasta entonces director general de la Fundación Entrecanales. Rivera quiere aplicar un modelo de negocio más agresivo, pero el cambio en la cúpula de la gestora de fondos ha desatado un estruendo en la city: ¡Rivera quiere darle lecciones a Paramés! resuena en el parqué de la madrileña Plaza de la Lealtad. El mal rollo entre Paramés y Entrecanales empezó con la intención de vender la gestora por parte del presidente de Acciona. Y, durante el periodo en el que se planteó la desinversión, el grupo de energías renovables y el propio Paramés mantuvieron conversaciones avanzadas con el private equity británico TA Associates. La firma británica ofreció 700 millones de euros, pero el grupo español descartó la operación por insuficiente.

La deflación acorta el tiempo. Cuando alguien grita ¡que viene el lobo!, el lobo se ha comido ya a las cabritillas.

Viver i Pi-Sunyer: una toga endomingada

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El seguidismo es dañino. Carles Viver i Pi-Sunyer le dice “sí, señor” al president Artur Mas por boca de Francesc Homs, siguiendo los tres una ecuación demasiado visible que resta eficacia a la línea soberanista. A los catalanes, más que la estética, nos puede el teatro.

El que lleva la batuta jurídica, Viver i Pi-Sunyer, presidente el Consell Assessor per a la Transició Nacional (CATAN), es una toga endomingada que ha convertido en marca, casi en acrónimo, el apellido de un ilustre antecesor, Carles Pi i Sunyer, ex alcalde, consejero, ingeniero y activista republicano.

Nacido en Terrassa en 1949, Carles Viver i Pi-Sunyer fue vicepresidente del TC, de donde emana su provechosa sombra profesional. Como máximo responsable del Instituto de Estudios Autonómicos asesoró la redacción de la propuesta del Estatut de 2006 y hasta del Pacto Fiscal. Y de ahí proviene el rechazo de sus contrarios (el PSC de Iceta y Montilla), que no le perdonan el cúmulo de errores presentados ante unas Cortes españoles dispuestas siempre a cercenar derechos. “El señor Viver i Pi-Suner no supo ver la trampa constitucional en la que nos estábamos metiendo”, ha verbalizado Montilla en más de una ocasión.

Viver fue cátedro de derecho en la UB, y desde 1990 lo es de la Pompeu Fabra, donde ejerció de Decano. Hasta hace bien poco, ha sido un buen marqués de Entrambasaguas: Cruz de Sant Jordi y Gran Cruz de Isabel la católica. Es numerario del Institut d’Estudis Catalans y hombre de orden. Respetado por buena parte de los juristas catalanes por su encono en contra de la doctrina constitucionalista de García Enterría, vaca sagrada de la organización territorial española.

Viver ha abierto la vía para blindar competencias frente a las leyes de base del Estado, como esgrimió en su tratado Bases competenciales (Ariel). Ha publicado en Revista Española de Derecho y escribió a dúo con Eliseo Aja en la conmemoración de los 25 años de la Constitución del 78. Pese a todo, Viver sabe a vicario. Debajo de su alzacuellos apunta aquella púrpura mitrada que escondían los viejos democristianos de vertiente tradicionalista. Su CATAN es blando. En él debería prevalecer el rigor y, sin embargo, el organismo actúa como una simple correa de transmisión.

El alto tribunal ha enviado la Consulta del 9 de noviembre al limbo de la legalidad etrusca. Un gesto muy hispano, que desata el turno de Pi-Sunyer, aunque este último resulta demasiado parsimonioso para alcanzar a los heroicos ponentes de la primera Llei de Contractes de Conreu (1934). 

Viver admira aquella ley que desembocó en un enfrentamiento entre el Gobierno español y la oposición catalana; y que desencadenó los fatales acontecimientos del 6 y el 7 de octubre de 1934. El Estado autoproclamado finalizó con la detención de todo el Govern de la Generalitat. Sus miembros, con Lluis Companys a la cabeza, fueron enviados al buque Uruguay, a excepción del consejero de Gobernación, Josep Dencàs, huido a Francia. Ocurrió en el cénit de Alejandro Lerroux, cuyos jóvenes bárbaros olvidaron por lo visto el holograma de Albert Ribera en algún rincón de la historia.

Francamente, nadie ve a Viver i Pi-Sunyer por la labor de sus antepasados. Para evitar el choque de trenes, el presidente del CATAN le ha dado a la cuestión un giro helvético: la justificación de los referéndums como modus operandi de Suiza, una las democracias más consolidadas de Europa.

Pero no ha caído en la cuenta de que los suizos  --¿fumar o no fumar? ¿pasar de 120 en la autobahn? ¿Salir del cole a las cinco?-- sacan las urnas a la calle por puro vicio. Las alegaciones de Viver al TC se contienen en un documento de más de de 30 folios de cariz refrendista y cargado de razones dudosamente operativas en el caso catalán. Son notas desprovistas de la épica que reclama la ocasión. Especialmente ahora que la calle se calienta a la vista de un TC inasequible presidido por Francisco Pérez de los Cobos, cuyo partidismo pepero provoca vergüenza ajena.

La radicalidad democrática ampara el derecho a decidir, entendido como una interpretación libre de la autodeterminación. Pero el trayecto no es idea de Pi-Sunyer, sino de Savonarola --el consejero Homs--, el gran culo di ferro del salto cualitativo catalán.

Ana Mato: el silencio de la sanidad desmantelada

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Freetown ensangrentada, Madrid amenazada. Mientras en Sierra Leona los perros mordisquean cadáveres, en Alcorcón los protectores lloran a Excalibur, la mascota de la enfermera Teresa. Ana Mato se ha tragado la irrupción del ébola. A los ojos del mundo, Madrid presenta un sistema de salud criminalmente desertizado por las privatizaciones del PP.

La ministra de Sanidad ha presentado su renuncia, pero Rajoy no se la admite. Le obliga a dar la cara. La salvó cuando se conoció su conexión con la trama Gürtel, a través de su ex pareja, Jesús Sepúlveda, el ex alcalde de Pozuelo de Alarcón. Mato iba entonces en Jaguar y viajaba gratis con sus hijos a cuenta de Correa, el cerebro de la trama. Correa pagaba el servicio doméstico y hasta sufragó la primera comunión de su hija; abonó los globos, el catering y los payasos de la fiesta.

Rajoy la protege. La apartó de Génova, la sede del PP, para evitar que María Dolores de Cospedal se la comiera. La rescató de las garras de la Doña y la nombró ministra para sacrificarla a las primeras de cambio. Ahora, tras la salida de Gallardón, el presidente prefiere retenerla y evitar su segunda crisis de Gobierno. Mato es amortizable por definición.

El ébola es la frontera de la lucha de clases. Mientras las calles Monrovia son cementerios improvisados, la comunidad internacional mantiene una frialdad insospechada. “Hay que apagar el fuego allí donde están las llamas; no esperar a que te alcancen”, dice Médicos sin Fronteras que lleva combatiendo la enfermedad desde hace cuatro décadas. La monja Paciencia Melgar fue abandonada a su suerte en Guinea cuando las autoridades españolas trasladaron a los misioneros infectados en aviones medicalizados. Días después, Sanidad trajo a la monja a Madrid para utilizar su suero con anticuerpos que habían derrotado al virus. El dolor es internacional, pero la salud tiene fronteras.

La ministra Mato tiene un currículum conservador de raíz puritana. Comenzó en la Alianza Popular de Fraga y saltó en 1987 a la Junta de Castilla y León como asesora en el gabinete de José María Aznar. Echó raíces en el “clan de Valladolid”, junto a Miguel Ángel Rodríguez y Miguel Ángel Cortés, los miguelángeles que desembarcaron en el Madrid de Puerta de Alcalá y Salamanca como un vendaval futurista, nietos adoptivos de Marinetti y José Bergamín. Ante los excesos de la segunda legislatura de Aznar, ella se recató junto a Sepúlveda en el otro Madrid, el de los enjambres de adosados y jardín secreto que se desparraman por las laderas del Guadarrama.

Su Ministerio de Sanidad había de ser una vicaría concebida para arbitrar las competencias de salud pública cedidas a las CCAA. Pero llegó el virus que atraviesa lo que Bernard Coushner, ex ministro francés, calificó de cinturón invisible. Uno de los héroes de este cinturón, Juan Manuel Parra, el médico de Alcorcón que atendió a Teresa durante 16 horas sin la protección adecuada, representa la España del rigor ante la molicie del Gobierno. Su firmeza demuestra el valor del juramento hipocrático.

En el Carlos III, Sanidad ha reabierto precipitadamente la unidad de desinfección chapada en tiempos de Esperanza Aguirre, una mujer de tronío, ropa de marca y Clínica Mayo. Cuando estalló el drama, el consejero de Sanidad de Madrid, Javier Rodríguez, acusó a Teresa de haberse infectado a sí misma. Esta es la catadura moral del partido del poder. Rajoy no entiende todavía que el ébola puede llevarse por delante a su Gobierno. Bruselas considera a los hospitales capitalinos como centros de campaña donde los restos de los enfermos de ébola viajaron durante días en los ascensores de todos los pacientes. Y, en medio del esperpento, Mato ha hecho las maletas, pero Rajoy se niega a mandarle el motorista.

Juan Iranzo: la doble moral de la derecha inmoral

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El engaño va más allá de la sospecha. Juan Iranzo es un exponente del bucle corporativo que dirige a España hacia el precipicio. Este señor de tallo fino y rala cabellera lleva la catequesis navarra pegada en la testuz; exhibe puestos de mando en la cadena de valor, imparte doctrina en el mundo de los lobbys y, desde luego, no le hace ascos al blanco satén, si el cuerpo se lo pide y le alcanza el crédito de la visa opaca.

Es un profesor cortoplacista, ventajoso y predicador instalado en el púlpito de la ética de los negocios. Un intelectual zafio del mundo neoconservador, con cátedra, vocalías en consejos de administración (la auditora Capgemini-Ernst&Young, la aeronáutica Sinaer o la constructora San José), think tanks y consultorías varias.

Desempeña todavía el cargo de presidente-decano del Colegio de Economistas de Madrid, imparte doctrina como académico de la Real de Doctores y es profesor de finanzas en el CUNEF. Desde su vocalía en el Consejo Económico y Social, Iranzo arenga a competir en mercados abiertos y desregulados. Pero no se aplica a sí mismo la competencia leal que defiende.

Perteneció a la Comisión de Control de Caja Madrid en la etapa de los negocios sucios de Miguel Blesa y, algún día, tendrá que responder de su plácet a la compra del Banco de Miami, así como de otros amagos internacionales que, de momento, no investiga la Agencia Tributaria de Montoro.

El envenenamiento de las costumbres se ha convertido en una variable del cuadro macroeconómico. Vivimos un tiempo de amargura indeliberada. Iranzo, inmerso en las tarjetas de la vergüenza, no es nuevo en los negocios del poder. Es un experto en consultorías de empresas privatizadas con un saldo ruinoso para miles de ciudadanos, titulares de acciones cotizadas, que son carne de opv falsarias (el caso de Endesa). Desde la Comisión de Control de Caja Madrid (Bankia), fue el respaldo moral de las preferentes de Blesa, el aval académico que desencadenó la felicidad perdida de nuestros mayores.

Los Iranzos triunfan en la medida en que la neurosis española concibe el éxito como un producto lineal del mérito curricular. Inmerso en este espeso caldo, el director del Instituto de Estudios Económicos porfió hace años para convertirse en número dos de Mariano Rajoy, pero Manuel Pizarro le ganó la mano. El economista quiso ser el ministro económico de Rajoy; compitió para el cargo con Estanislao Rodríguez-Ponga (ex secretario de Estado, también usuario de visa black de Bankia), y se batió además con el indoloro Martínez-Pujalte, camarlengo del Congreso y campeón de mus en las sobremesas del barrio de Salamanca. Menuda peña.

En la plenitud de Blesa y Rato, a nadie le amargaba un dulce. Fueses rico, pobre o mediopensionista, la estola de consejero te convertía en dilapidador de dinero negro. Fue así como el PP monitorizó desde Moncloa la Bankia de los prodigios, cargándose la antigua caja del socialista Jaime Terceiro, edificada piedra a piedra. Blesa, nombrado por José María Aznar, se rodeó de lo peor de cada casa, los Arturo Fernández, Javier López, Alejandro Couceiro o Miguel Corsini, por no citar a Gerardo Díaz-Ferrán, el galeote de una patronal española en horas bajas. Vivimos en años de penitencia, de acusaciones acerbas; pero en el caso de las black card la avaricia rompe el saco. Además, nadie comulga con ruedas de molino a cambio de nada: a Iranzo y compañía les compraron su silencio. La buena cuna no es un freno para la corrupción.

La sabiduría tampoco, como lo demuestra el caso de Rodrigo Rato y de sus dos alfiles académicos, Juan Iranzo y Alberto Recarte, ambos profesores y ambos usuarios de las tarjetas de Bankia, colaboradores necesarios de un supuesto delito.

Los excesos en materia de políticas de la oferta que proponen el Instituto de Estudios Económicos y la fundación Faes no concuerdan precisamente con el sentido de la justicia social. En el poder oligárquico la ausencia de compasión (mujeres embarazadas, no; dice Mónica de Oriol) y la afición al dinero fácil conjugan con misa y comunión diaria. Pero cuando el descontento se generaliza, el púlpito se convierte en blanco de todas las flechas.

Iranzo se baja de la tarima y, con el fin de redimir su culpa, abandona precipitadamente el consejo de administración de Red Eléctrica, la empresa de alta tensión presidida por su amigo José Folgado. Es el preámbulo de otras forzadas deserciones. Iranzo dejará de ser un sabio para apuntarse a una orden mendicante. Él sabe muy bien que las tarjetas de Blesa no están exentas del pago fiscal. No puede alegar ignorancia. Pronto su vergüenza será mayor que su desvergüenza.

José Luis Olivas: el presidente de la ruina a la sombra de Zaplana

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En la Valencia de Renaixença y barraqueta, José Luis Olivas lo ha sido todo. A este sañudo perseguidor de prebendas, los excesos de su partido, el PP, le cubren las espaldas. El fiscal le imputa por haber fundido 330 millones en créditos sin garantías; un asunto paralelo a la imputación doble de Ángel Acebes, por la compra de Libertad Digital con dinero de la caja B del PP, y a la caída de Rato a causa de los 6,1 millones que Lazard le satisfizo en paraísos fiscales.

En cada Nit del Foc, el “presidente de la ruina”, como le llaman sus paisanos, dispuso de silla, mantel y fallera mayor delante del cartón piedra en llamas de la antigua plaza del Caudillo. Olivas es un levantino de adopción nacido en Motilla del Palancar, último eslabón conquense camino de Despeñaperros; un converso de petardà que presidió la Generalitat, Bancaja y el Banco de Valencia. Casi nada. Cuando amanecía el nuevo mundo de la corrupción al cuadrado, se convirtió en vicepresidente de Bankia. Todo un record. Nunca el juego de la política le dio tanto a uno de sus mejores tahúres.

Olivas pertenece a la Banda del Empastre. Su trayectoria profesional está estrechamente vinculada a la política valenciana desde los años de la transición. Licenciado en Derecho por la Complutense de Madrid, se trasladó en plena juventud a la Valencia del letrado Emilio Attard, dirigente de UCD y emblemático conseguidor. Entró en el reparto de la alcaldesa Rita Barberá y desempeñó una concejalía como herramienta para proyectarse en la política autonómica, la auténtica cueva de Alí Babá. Para entonces, la sombra de Olivas era ya una silueta de oscuras perplejidades, como las que pintó Goya en la Quinta del Sordo, pero con zapatos de mermelada y a los acordes de Paquito Chocolatero.

En Valencia, la vida del PP fue un aquelarre a la sombra de Eduardo Zaplana, oficiando de Gran Cabrón goyesco. A su lado germinó un enjambre de sujetos inermes (Camps y Costa son el mejor ejemplo) con capacidad para fusionar el blanco impoluto del cuello camisero con el sol de la Malva Rosa. Olivas alcanzó la presidencia de la Generalitat para sustituir a Zaplana en 2002 (llamado por Aznar al Ministerio de Trabajo) y sirvió de enlace en el ascenso de Francisco Camps, tallo de cohechos impropios, enfundado en buenos trajes y escasa vergüenza. Vivió de lleno la plenitud megalómana de los grandes proyectos: Terra Mítica, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, la Ciudad de la Luz en Alicante, la sociedad que explotó el circuito de fórmula 1, la deuda pública emitida por la Generalitat, la financiación del Valencia CF, el Instituto Valenciano de la Vivienda, el traspaso de la sanidad pública valenciana al grupo Ribera Salud y, por supuesto, la sociedad que explota el aeropuerto sin aviones de Castellón.

Cuando Olivas asumió Bancaja, reinsertó su perfil en la plumilla de Goya para convertirse en esperpento. Hizo los votos pompeyanos y se sumó al toque grandilocuente de Calatrava. Había azotado sin denuedo a los socialistas que señoreaban las cajas de ahorro, hasta el día en que sustituyó a Julio de Miguel al frente de la entidad, gracias precisamente a la ley valenciana de cajas que él mismo había diseñado en el Gobierno de la comunidad.

Compaginó su intensa vida del business con la secretaría general del PP en Valencia. Fue un agente doble del sector negocios. Taponó la fusión Bancaja-CAM y esperó a que la limpieza del Banco de España favoreciera su contabilidad creativa. Se blindó para siempre, hasta que llegó Bankia y mandó parar. Su primavera terminó cuando Rato, ya metido en el surco de la futura Bankia, forzó la fusión madrileño-levantina y metió a Bancaja en la panza de su negocio.

Valencia se arrodillaba ante el poder financiero-político de Madrid. El núcleo duro de las finanzas del PP le arrebató el juguete a Olivas y solo le quedó esperar a que una futura inspección desvelara sus desvelos para acabar dando cuentas ante la fiscalía, como así ha ocurrido.

Aunque siempre cae de pie, Olivas está en todas las salsas. Punitivo y rencoroso, este ejemplar de la retaguardia conservadora dominó los fondos, el conocimiento y las cifras: presidió el Instituto Valenciano de Finanzas, el Instituto de Investigaciones Económicas y el Instituto de Estadística. Simultaneó un montón de cargos para instalarse en el cuadro de mandos del asalto al sistema financiero.

En su mejor momento, Olivas se hizo perdonar incluso la conexión Gürtel-Bankia a golpe de jaculatoria: financió a la grey recalcitrante el viaje por el Turia del Papa emérito, Benedicto XVI. Sin embargo, quienes le conocen hablan ahora de su creciente misantropía. Una sombra lo aqueja desde que la nueva Bankia de Goirigolzarri entregó a la Fiscalía Anticorrupción y a la Comisión Nacional del Mercado de Valores 15 créditos de dudosa legalidad concedidos por Bancaja.

Él arruinó a su gente; fundió la caja fuerte de los valencianos (Bancaja-Banco de Valencia). Pero es la hora del Juicio. Descienda sobre su cabeza el ángel de la justicia.

Francisco Granados: la esencia criminal del PP conseguidor

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Es el centro de una urdimbre que refuta su origen. Atrapado en la red Púnica, Francisco Granados late en el corazón del PP; en la soledad de su celda, recuerda hoy que ha tenido despacho en Génova, donde organizaba elecciones generales, municipales o autonómicas.

En su trayectoria vital, un niño aplicado de Valdemoro y un joven estudioso de la capital desembocaron en un alcalde de serranía, que fue capaz de romper la hegemonía socialista en el cinturón rojo del sur de Madrid ¿Cómo se explica pues que un entorno inicialmente humilde dirima hoy sus diferencias a golpe de paraíso fiscal? La respuesta es obvia: Comisiones, cacerías, timbas de póquer, billetes de 500 y meretrices. El laberinto español del delito se pavonea en los mentideros de Guadarrama; representa a una estirpe menor de la Escopeta Nacional, con monterías en el Coto de La Perdiz, a base togas, libreas, sombreros de fieltro y tocados de Malibú.

Un animal político quiebra los límites. Economista por la Complutense, Granados es un perseguidor de bienes raíces y depósitos cifrados. Hijo de un agricultor rampante, su juventud fue la de un metropolitano con cita de fin de semana en el pueblo. Conoce el camino de vuelta a casa y juega a que le llamen paleto aquellos que envidian su triunfo en la cosa pública. Su sucesor en la alcaldía de Valdemoro, José Miguel Moreno, está atrapado en la misma red mafiosa. Su amigo del alma, David Marjaliza, ex presidente de Nuevas Generaciones y ex aspirante a la misma alcaldía que festoneó Granados; hoy aparece como el gran conseguidor en el sumario de Eloy Velasco y se desvela que regularizó 13 millones de euros gracias a la vergonzante amnistía fiscal de Montoro. Son una banda al servicio de Génova y de su bolsillo. Han roto la atadura social que nos liga por encima de todas las reglas.

El ex mano derecha de Esperanza Aguirre conduce coches que van a nombre de empresas del constructor Ramiro Cid; no paga sus muebles adquiridos en tiendas selectivas; vive en un chalé que sextuplica el espacio de su propio plan urbanístico asentado en un solar regalado por sus socios a cambio de favores y muy del gusto de su esposa, Mari Nieves Alarcón, una economista brillante que en 2008 abandonó la docencia para convertirse misteriosamente en consejera de Caja Madrid. Una de las últimas fuentes de dinero de Granados ha sido Waiter Music, empresa radicada en Aranjuez y dedicada a actividades musicales y lúdicas en municipios con ediles de larga mano y perfil egipcio. Granados es el clásico hombre de negocios con cargo al Presupuesto del Estado en el que la oscuridad y la intimidad se dan la mano con discreción. Detrás de su descaro asoma la pantomima de alguien que entiende la inutilidad de toda expiación.

Su trayectoria revela un cruce de caminos entre Gürtel y la red Púnica, dos atajos de la criminalidad pepera.
La picaresca solo es un antecedente literario del país mafioso en el que nos hemos convertido. La culpabilidad de unos pocos no mitigará el dolor de muchos. Se dirá que las mismas lacras se manifiestan en otros puntos del país. Y es cierto, pero es en el centro de la península donde cuaja la España invertebrada que pregonó Ortega con voz profética. La corrupción o su teatro de operaciones -los gobiernos y la impunidad- son un oprobio amparado en el silencio cómplice de sus beneficiarios. Mientras el juez Velasco exige los contratos de la red, Rajoy y Sáenz de Santamaría (su Conde-Duque, con perdón) se niegan a celebrar un pleno en el Congreso sobre la corrupción. Día a día, agrietan la democracia. Y, si se cumplen los augurios demoscópicos del CIS, Pablo Iglesias alcanzará mañana lunes la cuota electoral de los dos grandes partidos. A Rajoy, amparo de la corrupción sistémica, no le bastará con pedir perdón.

Cuando los negocios tiraban, Granados proyectó su ascenso en la Puerta del Sol –acabó disputándose la preferencia de Aguirre con Ignacio González– y afianzó sus aspiraciones como secretario general de los conservadores en Madrid. Un tiempo después, a medida en que su estrella política languidecía, encontró el espacio de su enriquecimiento patrimonial.

Sus colegas, los alcaldes detenidos en la operación Púnica, pertenecen a la conurbación del sur de la capital, con la excepción de Collado Villalba, donde se rinde culto a la gran María Guerrero, actriz de dramas galdosianos. Las de la red Púnica son poblaciones cercanas a Valdemoro, centro de operaciones y hogar de Granados. El mapa procesal desgrana otros pueblos, como Casarrubuelos (cultivo vinícola de los Episodios Nacionales), junto a Torrejón de Velasco y Serranillos del Valle (semillas de Tristana y Viridiana, heroínas de ficción reinventadas en la pantalla por Luís Buñuel, el maño universal de Calanda), ambos cercanos a Parla. Y todos ellos entresijos de connivencia.

Esperanza Aguirre se deshizo de Granados en los comicios autonómicos de 2011. Poco después, el reo perdió su cargo en la dirección del Partido Popular de Madrid. El enfrentamiento con Ignacio González en la llamada gestapillo del espionaje en el seno del Gobierno autonómico de la Comunidad y el Tamayazo le pasaron factura. A partir de aquel momento, Granados se limitó a su papel de senador y diputado raso. Un trabajo de aprieta-botones y tiempos muertos, ideal para compaginar con sus conocimientos en el arte de la intermediación. De su antigua experiencia como analista financiero de Société Générale ha rescatado ahora la confesión de un patrimonio aparentemente sobrio: un pisito, un ático y un adosado, según su última declaración jurada ante la Asamblea de Madrid. Finalizado su periplo político, trató de volver a su antiguo puesto en Société, pero los franceses solo le nombraron consultor externo.

Para entonces ya estaba condenado. Rajoy le llamaba “ese señor”, como a Rato, y Esperanza cruzaba la calle para no saludarle. Al poco tiempo se conoció su cuenta en Suiza, el origen de la macrooperación lanzada por el magistrado Velasco. Granados niega la mayor, pero tiene banco reservado en Soto del Real.
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